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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Antonio y yo, por Bicho Secco


            Si bien Antonio es pequeño, no es peludo, apenas suave; no es blando por fuera, entonces no puede decirse que sea todo de algodón, y eso sí, no lleva huesos. Tampoco los espejos de sus ojos son duros como escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y no sale de Santa Marta, sí acaricia tibiamente rozando apenas, todas las flores del jardín.
Lo llamo dulcemente…
-Antonio...
Y no viene hacia mí, aunque siempre se ríe… Tampoco responde.
            Antonio es viejo y pequeño. Desde que se incorporó a casa, ya no hablo solo, él me escucha, me acompaña; a tanto hemos llegado que ya casi no duerme afuera, entra y se queda en la cocina. Me siento mejor así.
            Sin embargo y según la enciclopedia, pertenece a una familia legendaria que formó parte de la cultura durante siglos. En sus inicios estos hombrecitos traían fortuna a los hogares; con el tiempo se los acusó de lo contrario, hasta de atraer la mala suerte. Se los conoce como gnomos o enanos y hasta Blancanieves supo tener siete, el número de la suerte.
            Son un símbolo universal de fantasía no obstante la controversia que existe asociada con ellos.
            Dicen que los enanos de jardín no sirven para avisar quién viene… No para comprobar semejante cosa adquirí a Antonio, lo nuestro es distinto, porque no solo no avisa, he advertido que no se le mueve un pelo, no hace una mueca si alguien se acerca. Lo cierto es que de ahora en más los defiendo y promuevo su inclusión social por supuesto.
            Sin embargo desde que Antonio ocupa su lugar, privilegiado claro, se ve desde la calle, las personas que pasan ven como lo baño y adorno su lugar con flores. Desde luego que piensan que no estoy bien, qué adulto en su sano juicio dedicaría tiempo al baño del enano, a cuidarlo, corriéndolo del lugar cuando llueve.
            Estoy solo y Antonio provee esa ansiada compañía que quizá necesito. Existen aquellos que hablan con las plantas, por qué no conversar con un enano, aunque con signos visibles de humanidad. En síntesis, tengo un amigo nuevo, un amigo más… inanimado, aunque la esperanza es insobornable, con el tiempo vaya uno a saber qué puede ocurrir.
            ¿Cómo es? Se preguntarán: sonriente, su mirada directa, firme y clásica barba blanca larga, incompleto… no tiene carretilla, gorro rojo, saco largo azul, pantalón y zapatos negros. Divertidísimo, repito ustedes pensarán que no estoy muy bien, les confieso que por las mañanas nunca está en su lugar, he imaginado que alguien se lo ha querido llevar y por algún motivo lo dejó fuera de su esquinita. No sé.
            Esto no puede pasar todos los días y tengo más… me esconde algunas cosas, a todos nos ocurre de no encontrar algo, eso en casa, desde su llegada, todos los días, lo hace él para jugar conmigo, entonces ya no me enojo cuando se pierden, lo converso con Antonio y al rato como por arte de magia aparecen.

            Hoy lo tomé en mis manos y lo miré fijo y aunque no me crean, lo vi sonreír de otra manera, es que él era una de esas personas solitarias, que esperan, como yo… y ahora me tiene a mí y yo a él, demás está decirlo. 

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